En 1966, once años antes de batir el récord británico de un traspaso con su fichaje, el Liverpoolofreció una prueba a Kenny Dalglish. El futuro “rey Kenny”, entonces un muchacho regordete de 15 años, estuvo tan solo unos días en el equipo, y su momento más destacado fue cuando Bill Shankly lo llevó de vuelta al albergue. Por desgracia, el legendario técnico del Liverpool no consideró aquel encuentro tan memorable. Cuando Dalglish empezó a destrozar las defensas adversarias con el Celtic de Glasgow unos años más tarde, y Shankly descubrió, enojado, que el club había dejado escapar al jugador, se negó a creer que él mismo pudo haber sido el responsable, y ordenó una investigación. No dejaría de lamentarlo. Cuando se desplazó a Derby para asistir a un choque entre las selecciones sub-23 de Escocia e Inglaterra en 1972, otro de los escoceses del club, Ian Ross, le preguntó qué tal lo había hecho Dalglish. “No me hable de Dalglish”, se quejó. “Fue el único hombre dentro de la cancha. ¡Dios mío, qué jugador!”. Pasaron otros cinco años, hasta que el Liverpool se hizo al fin con sus servicios. Por aquel entonces Shankly ya había emprendido una nueva etapa, y Bob Paisley fue el entrenador responsable de su fichaje, que costó 440.000 libras. Pero eso no impidió a Shankly dar su parecer cuando se concretó la operación, ni recriminar al Celtic que ofreciese una segunda oportunidad al Liverpool. “Es lo más increíble que he visto nunca”, opinó. “Yo hubiera dimitido y abandonado el fútbol por completo antes que vender a un jugador tan brillante”.
Y si bien Shankly tardó en apreciar la auténtica valía del jugador, no puede considerársele el único responsable de haber prescindido de él once años antes. Después de todo, el Liverpool había pedido a Dalglish que se quedase un poco más de tiempo a prueba, a lo que este se negó. Su explicación fue que tenía que volver a su casa antes de someterse a otro examen, con el West Ham United. ¿Era cierto? “El Rangers jugaba contra el Celtic en Ibrox aquella noche”, confesaría luego. “Subí al tren en Lime Street y fui directamente al partido”.
Corazón de Glasgow
Dalglish era un apasionado del Glasgow Rangers. Su dormitorio tenía vistas al campo de entrenamiento del equipo de Ibrox, y habría rechazado encantado las ofertas procedentes de Anfield, Upton Park u otros clubes si sus ídolos de la infancia se hubiesen dirigido a él. Pero cuando llamaron finalmente a su puerta en mayo de 1967, quien apareció fue Sean Fallon, segundo entrenador del acérrimo rival del Rangers. Fallon iba camino de la costa con su esposa y sus tres hijos para celebrar el aniversario de la pareja cuando se detuvo en el apartamento de la familia de Dalglish, y aseguró a los suyos que no tardaría mucho. Regresó tres horas más tarde, para enfado de estos. Pero había conseguido la firma del futbolista. Aunque el padre de Dalglish también era seguidor del Rangers, no hubo que convencerlo para que admitiese que el Celtic -que ganaría la Copa de Europa unas semanas más tarde- podía proporcionar a su hijo una formación futbolística al alcance de muy pocos. Para el muchacho, la única preocupación llegó una vez cerrado el trato, cuando su madre empezó a enseñar a Fallon el hogar familiar. “Me entró pánico”, recordaría Dalglish. “Tenía la habitación llena de fotos de jugadores del Rangers, ¡y el segundo entrenador del Celtic estaba a punto de entrar en ella! Conseguí quitar casi todas antes de que Sean las viese”. A Fallon tampoco le hubiese importado. En todo caso, el hecho de haber arrebatado al Rangers el mejor futbolista escocés de todos los tiempos no hizo sino aumentar la satisfacción de los aficionados del Celtic Park por sus logros. Aun así, tardaría un tiempo en consolidarse en un club que figuraba entre los mejores de Europa en aquellos tiempos. En 1971, tres años después de su estreno, todavía no había marcado con el primer equipo. Entonces, un clásico del Old Firm disputado en Ibrox dio el primer indicio de que no se trataba de un jugador cualquiera. El árbitro señaló un penal a favor del Celtic, y Dalglish, no contento con aceptar la responsabilidad de lanzarlo, demoró el momento de tomar carrera, anudándose con calma primero los cordones de las botas. El público manifestó su enfado. Entonces, con toda tranquilidad, envió el balón al fondo de las mallas. Fue el primero de los 167 tantos que anotaría con la formación verdiblanca.
Rumbo a Anfield
En 1977, aunque ya hacía mucho tiempo que no debía lealtad al Rangers, el Celtic atravesaba un bache, y Dalglish buscaba nuevos retos. El destino quiso que el Liverpool estuviese buscando un nuevo delantero, después de traspasar a Kevin Keegan al Hamburgo. El jugador y el club se cruzaron de nuevo, y así empezó uno de los grandes idilios del fútbol inglés. Tener que vestir el dorsal número 7 de Keegan hubiese intimidado a muchos, pero el astro de Anfield aventuró este pronóstico antes de marcharse: “Puede que Kenny acabe siendo un mejor jugador que yo para el Liverpool”. El equipo de Bob Paisley acababa de proclamarse campeón de Europa, pero Dalglish consiguió realzar todavía más su juego, aportando su fortaleza, su toque sutil y su inteligencia futbolística, elementos cruciales para prolongar la hegemonía de los Reds. La transición del fútbol escocés al inglés no supuso el más mínimo problema para un jugador que, tras ver puerta a los siete minutos de su debut en la liga, contra el Middlesbrough en Ayresome Park, repetiría en su primera actuación ante los hinchas delKop. Y su final de temporada fue más espectacular si cabe, al materializar, mediante un sensacional tiro bombeado, el tanto de la victoria del Liverpool contra el Brujas, que permitió a los suyos revalidar el título de la Copa de Europa. En la siguiente campaña, Dalglish fue elegido mejor futbolista del año por los periodistas futbolísticos de Inglaterra. En 1983, cuando recibió por segunda vez esa distinción, ya era indiscutiblemente el mejor jugador británico de su generación, y posiblemente el mejor que había dado nunca Escocia. Había añadido a su palmarés una segunda Copa de Europa -la tercera no tardaría en llegar-, y era el cerebro del sensacional tándem ofensivo que formaba con el galés Ian Rush, quien posteriormente diría: “Yo me limitaba a correr, sabiendo que el balón me iba a llegar”. El olfato de Dalglish para las asistencias convirtió a Rush en el máximo artillero del Liverpool de todos los tiempos. El propio Kenny ocupó un lugar destacado en ese apartado, con 172 dianas a lo largo de 13 años en Anfield. Su reputación dentro del club era tal que en 1985, aunque solo tenía 34 años, fue nombrado, ante la satisfacción general, sustituto de Joe Fagan, en calidad de jugador-entrenador. Su primera temporada en el banquillo se saldó con la conquista del primer doblete de liga y copa de la entidad. Luego alcanzaría más éxitos como técnico, tanto en el Liverpool como en el Blackburn Rovers. Pese a todo, se recuerda con especial cariño su contribución como futbolista y su celebración de los goles, con su característica sonrisa de oreja a oreja.
Números que hablan
Como jugador ganó 10 títulos de liga y tres Copas de Europa, y acumuló 102 internacionalidades conEscocia, un récord. Por todo ello, es uno de los grandes de su generación. Esa reputación se vio refrendada en 2009, cuando la revista FourFourTwo lo declaró mejor delantero del fútbol británico de la posguerra. Tres años antes, los aficionados votaron para confeccionar una lista de los 100 mejores jugadores del Liverpool, y Dalglish apareció en el primer lugar. Podría decirse que el mayor elogio corrió a cargo de Paisley, omnipresente durante los años de gloria del club, que dijo de Dalglish: “De todos los jugadores con los que he compartido vestuario o a los que he dirigido y entrenado durante más de cuatro décadas, él es el de más talento”. Para todos los fieles de Anfield, y a pesar de la frustración inicial de Shankly, aquella espera de once años valió la pena con creces.
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