Decía la campaña que «si tú lees, ellos leen» pero, por supuesto, dicha transfusión mimética también se produce, incluso en mayor medida, con los aspectos negativos. De hecho, hay muchas posibilidades que si tu eres un «hooligan», violento y maleducado, tu hijo o hija sea también un energúmeno social que utiliza el deporte para mostrar sus peores modales. Esta semana se ha conocido el caso de dos individuos que en León agredieron a un árbitro de 16 años. Uno lo sujetó, el otro le propinó varios puñetazos, causando el ingreso en el hospital del joven colegiado. Sus razones se cimentaban en el partido que el árbitro estaba pitando... ¡de prebenjamines! Niños de 6 y 7 años viendo a sus padres agredir al árbitro. Aquí en la Ribera se han vivido casos similares, con jugadores o aficionados que se vieron con la suficiente potestad como agredir al juez respectivo de la contienda. Ejemplos de lo que no es (o debería ser) el deporte.
La práctica de una actividad física debe estar sujeta a la proyección de valores, mil veces repetidos pero, visto lo visto, aún no las suficientes veces. La diversión debe imponerse sobre la competitividad, el compañerismo sobre el individualismo, la solidaridad sobre la rivalidad, el respeto (por ejemplo al árbitro) sobre la falta de consideración. Más todavía cuando se trata de niños y niñas. Los padres y madres deben entender que los jóvenes no juegan al fútbol, baloncesto o waterpolo para sacarlos de la ruina. ¡Aléjense de la línea de cal, por favor! Basta de presión, basta de ver los partidos cada semana como si la vida se fuera con el tanto en contra, basta de ejercer presión sobre los menores, trasladándoles su falta de educación como espectadores. Si quieren que el deporte aporte algo a sus hijos, ¡déjenlos en paz!
Publicado por Carles Senso en Levante-EMV La Ribera
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