Una tremenda volea en Glasgow, al Bayer Leverkusen, en esa final de Champions que el Madrid ganó haciendo menos que el rival - vivió el último tramo colgado del travesaño y encomendado a Casillas -, les valió a algunos para otorgarle a Zinedine Zidane el 'título' de quinto grande del fútbol, por detrás de los cuatro mosqueteros: Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona. Quienes apadrinaron esa gracia, no debieron ver jamás jugar a Michel Platini, de largo el mejor futbolista francés de todos los tiempos. Más gol y más balones de oro que 'Zizou', amén de líder de la generación gala que, de verdad, hizo méritos para llevarse un Mundial. Ni tuvieron en cuenta al crack de Nancy ni, por supuesto, repararon en Leo Messi, que aterrizó más tarde para destrozar de arriba a abajo toda esa jerarquía. Por títulos y por continuidad en el rendimiento ya es el número uno, algo que alargará hasta que él quiera. Por su irrupción, Zidane dejó de ser el quinto grande. Aunque tal vez lo que nadie aún le haya dicho es que, desde hace algún tiempo, tampoco es el sexto. No, al menos, para quienes tenemos el placer de disfrutar de Andrés Iniesta. A sus 28 años, el ilusionista manchego suma más recorrido que Zidane en la élite, donde el marsellés asomó por primera vez más tarde que Andrés - con 24 años - y en el Girondins. Pero no sólo en los números resuelve el azulgrana la comparación a su favor. Fundamentalmente, Iniesta gana el duelo con los pies y una magia que no se agota. Más puesto en el juego colectivo, con y sin balón, dónde ayuda a la recuperación como cualquier otro, el 'ocho' del Barça es un recital ambulante - y constante - en el plano individual. Pero lo más asombroso de su obra en La Rosaleda, tantas veces repetida en su carrera, es que ni un solo retal de sus controles, croquetas o pases fue gratuito. Todo tuvo el sentido de favorecer el juego. No hay sexto malo. Se llama Andrés Iniesta.
David Bernabeu (Mundo Deportivo)
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